El fútbol que hasta hace poco gozaba del desprecio clamoroso de los intelectuales, profesores de cualquier cosa, filósofos y escritores se ha convertido incluso en un motivo profundo de vehemente especulación ante la llegada del Mundial y otras competiciones de alto calado... y aparecen sesudos artículos hablando de la dramaturgia de la incertidumbre, de la poética de la imprevisibilidad, de los múltiples niveles de lectura que admiten los partidos de las selecciones, de las anagnórisis catastróficas y de los desenlaces truncados y las furibundas catarsis colectivas que se desatan en el estadio cuando toda la muchedumbre ebria se quiebra en una ola ondulante o se ponen a brincar como babuinos desquiciados cuando celebran exultantes el gol de su equipo.... Y mientras que los críticos llenan sus crónicas de latiguillos pedantes y pedestres y los futbolistas balbucean con una sintaxis dadaísta comentarios de una redundancia prodigiosa, que haría morirse de envidia a los mejores narradores metaliterarios, los escritores ven en el fútbol una cristalización profunda de la poética de Aristóteles y el sentido trágico de los románticos, y si el lector piensa, que exageramos, le mostraremos a continuación, algunas parrafadas de un lúcido y brillante artículo del profesor de filosofía, Daniel Innerarity (la empresa desconoce si se trata de un apellido islandés, un pseudónimo, o un acróstico indescifrable) aparecida en EL PAIS, el miércoles 14 de junio de 2006
Si Aristóteles y Schiller hubieran conocido las actuales dimensiones de los espectáculos deportivos, con todos los ritos y entusiasmos deastados, no hubieran tenido que cambiar demasiado sus poéticas. (..) El entusiasmo por el deporte es esencialmente el entusiasmo por una dramaturgia que obedece a una ley de culminación inminente y siempre diferidas. Las competiciones deportivas se dirigen hacia apoteosis repentinas, el gol, (por ejemplo) pero de tal modo que la culminación ha pasado ya o está por llegar. El deporte es así una organización que está regulada para convertirse en una escenificación de irregularidades.
Llegados a este punto, esta empresa extraña vivamente, el comentario espontáneo y punzante del parroquiano del bar, mientras se hurga con el palillo en los dientes y luego lo saca y lo esgrime para amenazar al delantero que acaba de fallar con la portería solo para él. -Si lo que yo te digo, Manolo, que este chaval no vale ni para dar sombra al botijo...
Si Aristóteles y Schiller hubieran conocido las actuales dimensiones de los espectáculos deportivos, con todos los ritos y entusiasmos deastados, no hubieran tenido que cambiar demasiado sus poéticas. (..) El entusiasmo por el deporte es esencialmente el entusiasmo por una dramaturgia que obedece a una ley de culminación inminente y siempre diferidas. Las competiciones deportivas se dirigen hacia apoteosis repentinas, el gol, (por ejemplo) pero de tal modo que la culminación ha pasado ya o está por llegar. El deporte es así una organización que está regulada para convertirse en una escenificación de irregularidades.
Llegados a este punto, esta empresa extraña vivamente, el comentario espontáneo y punzante del parroquiano del bar, mientras se hurga con el palillo en los dientes y luego lo saca y lo esgrime para amenazar al delantero que acaba de fallar con la portería solo para él. -Si lo que yo te digo, Manolo, que este chaval no vale ni para dar sombra al botijo...
No hay comentarios:
Publicar un comentario