sábado, 7 de agosto de 2010

HAZTEMA XLIII LA POLILLA




El rostro de Lucio Contreras, primo del eximio escritor inédito, Pedro Contreras y responsable del taller literario menos numeroso en el barrio de Arganzuela, se animó de pronto en aquella Comedia de capa y espada, en un montaje frío, litúrgico, desangelado y moderno de la Compañía Nacional de Teatro Clásico, cuando hizo su aparición una polilla dándose un voltio encima de las cabezas de los actores.
La polilla volaba como desganada entre los blancos focos cenitales, las estocadas contrahechas, los versos dichos con laxitud posmoderna, los hombros hieráticos, las miradas intensas, entre los apartes cínicos de los graciosos, los vibrantes monólogos de honor y las inflexiones trágicas y medidas de las actrices, y sobre los paralepípedos de madera que los actores movían para sugerir cada vez un espacio más conceptual e indeterminado.
Parecía enteramente de otro mundo, tan ajena a los lances de la función. Y sin duda sabía, la muy sabia, chupar escena a base de bien. Su indiferencia proverbial a los versos sonoros de Calderón que los actores recitaban con la boca llena de saliva y una salmodia deconstruida, la convertían en una especie de espíritu maligno.
Aquella polilla triste era tan terriblemente real y atroz sobre el escenario, que todo parecía una excusa banal para que ella se paseara con su indiferencia cansina sobre el esqueleto polvoriento de nuestro teatro clásico.

No hay comentarios:

Publicar un comentario