Después de que varios amigos, alumnos del taller literario, le querían adjuntar a Face-Book, Pedro Contreras, decidió apuntarse, y tras rellenar con desgana su perfil y pinchar una foto de su primera comunión vestido de marinero con un ojo bizco y un flequillo lacio de los de antes, puso como carta de presentación.
No entiendo qué furor causa en la gente esto de face-book.. Pues no he visto algo más absurdo ni más falso ni más vacuo. Yo disfruto tanto de la soledad, como de la compañía o de ciertas compañías. En la soledad, como Cernuda, amo a los hombres (algo más a las mujeres) en muchedumbres. En compañía añoro dos o tres horas antes que la mayoría de la gente el momento de perderme de vista, de despedirme a la francesa, pues en las cenas, las reuniones, los picnics, las comidas familiares, las tertulias, tengo la inevitable sensación de que se alargan más de la cuenta y se les saca el jugo que no tienen, así como las fastidiosas despedidas eternas de los españoles, en el quicio de la puerta, del chalet, del bar de copas, como si quisiéramos olisquearnos sin olisquearnos antes de hundirnos en nuestra insobornable soledad.
Y Face-book es algo a medio camino entre la soledad y la compañía, una tierra de nadie, un simulacro promisorio y tramposo de compañía y de nostalgias compartidas a través de fotos en donde uno o una cuelga su imagen con más glamour, con una sonrisa más expansiva, su figura más exótica con una serpiente en el hombro o diez niños negros desnutridos detrás o aquella foto en donde se abraza con un compadreo ebrio y algo aparatoso a amigos a los que uno no tiene tiempo para llamar ni para verse ni siquiera para echarlos de menos.
No entiendo qué furor causa en la gente esto de face-book.. Pues no he visto algo más absurdo ni más falso ni más vacuo. Yo disfruto tanto de la soledad, como de la compañía o de ciertas compañías. En la soledad, como Cernuda, amo a los hombres (algo más a las mujeres) en muchedumbres. En compañía añoro dos o tres horas antes que la mayoría de la gente el momento de perderme de vista, de despedirme a la francesa, pues en las cenas, las reuniones, los picnics, las comidas familiares, las tertulias, tengo la inevitable sensación de que se alargan más de la cuenta y se les saca el jugo que no tienen, así como las fastidiosas despedidas eternas de los españoles, en el quicio de la puerta, del chalet, del bar de copas, como si quisiéramos olisquearnos sin olisquearnos antes de hundirnos en nuestra insobornable soledad.
Y Face-book es algo a medio camino entre la soledad y la compañía, una tierra de nadie, un simulacro promisorio y tramposo de compañía y de nostalgias compartidas a través de fotos en donde uno o una cuelga su imagen con más glamour, con una sonrisa más expansiva, su figura más exótica con una serpiente en el hombro o diez niños negros desnutridos detrás o aquella foto en donde se abraza con un compadreo ebrio y algo aparatoso a amigos a los que uno no tiene tiempo para llamar ni para verse ni siquiera para echarlos de menos.
Creo que es el espejo de nuestro tiempo, el espejo que refleja una silueta solitaria en medio de una legión borrosa de amigos zombies, un pacto estéril que pretende perpetuar la amistad más allá de lo ilusorio, cuando todos sabemos, que la amistad, que muchas amistades, por fortuna o por desgracia, tienen fecha de caducidad.
El próximo día hablaré de los exhibicionistas geniales paridores de hueras ocurrencias, que son legión en face-book.
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