Cervantes es el primer escritor que supo convertir la propia literarura y su celebración en protagonista primordial de su obra, y que llegó a hacerlo, quizá porque nunca se lo propuso, de forma natural y sin apenas estridencia. En la segunda parte del Quijote, la primera parte del Quijote, es un personaje más, que sirve para dar cohesión a las diferentes figuras y permitir la complicidad entre las mismas. Sobre la personalidad de Don Quijote se proyecta o se filtra su existencia libresca.
Luego, muchos novelistas y cuentistas contemporáneos le imitaron, pero más para mirarse el ombligo y exhibir su exquisito bagaje lector o el de sus criaturas, o crear una sofisticada superposición de planos, o porque acaso no tenían realmente una historia interesante que contar y preferían mostrar las historia en su proceso de ser contada. En estos casos la propia literatura nos habla de sí misma con tanta avidez y obscenidad que se acaba autodevorando, y nos recuerdan a esos contorsionistas procaces que son capaces de engullir su propio sexo. Habría que aprender de Cervantes y de sus discretas habilidades para que la literatura que nos habla de sí misma, se note lo menos posible y pase de puntillas. Porque Cervantes, al revés, que muchos de los narradores modernos, de cuyos nombres prefiere la empresa no acordarse, nos la supo colar de contrabando.
Luego, muchos novelistas y cuentistas contemporáneos le imitaron, pero más para mirarse el ombligo y exhibir su exquisito bagaje lector o el de sus criaturas, o crear una sofisticada superposición de planos, o porque acaso no tenían realmente una historia interesante que contar y preferían mostrar las historia en su proceso de ser contada. En estos casos la propia literatura nos habla de sí misma con tanta avidez y obscenidad que se acaba autodevorando, y nos recuerdan a esos contorsionistas procaces que son capaces de engullir su propio sexo. Habría que aprender de Cervantes y de sus discretas habilidades para que la literatura que nos habla de sí misma, se note lo menos posible y pase de puntillas. Porque Cervantes, al revés, que muchos de los narradores modernos, de cuyos nombres prefiere la empresa no acordarse, nos la supo colar de contrabando.
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