A Pedro Contreras, recientemente jubilado de su taller literario El papel en blanco, y escritor de fecunda obra inédita, le escribió su último alumno superviviente, el opositor a Notarías, para decirle que había visto una obra de teatro en un festival estival de su pueblo, en la que el principal defecto que encontraba era que todo era demasiado previsible. Pedro Contreras estuvo dándole vueltas a esa opinión durante una semana y al final se decidió a contestarle. Estimado Manolo, lo que tú encuentras un defecto, en esa pieza teatral... si le das la vuelta como a un calcetín de hilo, podría considerarse hasta un mérito. Precisamente una buena obra es la que crea buenas previsiones en el espectador... No hay nada más imprevisible que una mala obra de teatro o una novela de poco mérito… pues precisamente lo inverosímil, lo arbitrario, lo azaroso, el todo vale, y la búsqueda gratuita y compulsiva de lo original conduce a una imprevisibilidad estéril y a bloquear cualquier expectativa de hacer que la acción y el interés del espectador avancen al mismo tiempo. El buen escritor es el que crea previsiones inteligentes en sus lectores o en su público sin dárselo todo masticado. Así que mejor que evitemos los tópicos resobateados de los críticos... y de los que piensan que en toda obra teatral debe predominar la imprevisiblidad por encima de lo pronosticable, lo nunca esperado por encima de lo factible, lo insólito por encima de lo necesario... pues en ese caso... el lector, que espera atar cabos, se sentiría defraudado, aburrido, estresado con las liebres que salen del sombrero y que le dan gato por liebre. ¿Qué sería de Hamlet si este decidiera perdonar al rey en una partida de póker y quedaran tan amigos? ¿No se defraudarían las previsiones urgentes de venganza que anidan en el espectador desde el primer acto?
Y sin embargo este chusco final, mucho más original que el que se le ocurrió a Shakespeare, fastidiaría al más mentecato.
Feto-olé
No hay comentarios:
Publicar un comentario