Para Tamara Tamore
Pedro Contreras encontró por primera vez la palabra “amigante” el 14 de Mayo de 1986 en la puerta del retrete de alumnas de su Facultad, año en que terminaba su carrera de Filología bíblica trilingüe en la Universidad Complutense de Madrid, mientras escribía un reportaje para una revista underground sobre la literatura de retrete en los años gloriosos de la movida madrileña. Debajo de esa entonces extraña palabra, estaba escrito con rotulador rojo (evítese el simbolismo de este color por obvio) venían desglosados cinco principios a modo de Pentálogo. También había un sexto principio escrito con mezcla de humores corporales, cuya legibilidad era más que dudosa, y por el estilo y el espíritu disonaba de los otros cinco, por lo que el filólogo bíblico decidió prescindir del mismo.
Pedro Contreras trasladó ese pentálogo a una libreta en donde llevaba las cuentas caseras de su Colegio Mayor, pero desgraciadamente se le acabó extraviando, y a la sazón en una comida de un congreso sobre Fray Luis de León, recreó de memoria y algo achispado por el vino y amodorrado por las cinco lecciones magistrales del día, aquellos cinco luminosos principios sobre la teoría del “amigante” que yo copié con fervor juvenil en una servilleta que luego se mancharía de grasa de pisto manchego. En aquel breve encuentro, me comentó lo que yo ya sospechaba, que había reemplazado algunas voces escabrosas por otras más neutras. Por la doble repetición del vulgarismo rioplatense, “coger”, infirió que el autor de dicho pentálogo era argentino, aunque también podría ser mexicano. Y por haberlo extraído de una puerta de retrete de mujeres, una mujer, aunque más bien pensó en un hombre aficionado a colarse en los servicios de las alumnas.
Hace diez días, ordenando mis papeles, descubrí esa servilleta con el Pentálogo del amigante, en una carpeta de apuntes amarillentos y desganados que versaban sobre la célebre traducción sanfraluina de El Cantar de los cantares y ahora a petición de mi amigante Tamara Tamore, nombre obviamente trastocado para preservar su intimidad, se la envío a usted para que la cuelgue en su irreverente blog de El feto flamenco en el apartado de los haztemas, y con la libertad y licencia de que Feto-olé pueda retocarlo conforme a su estilo y apetencias y actualizarlo a los tiempos que corren He aquí estos cinco principios que explican y desarrollan la teoría del amigante:
Pedro Contreras trasladó ese pentálogo a una libreta en donde llevaba las cuentas caseras de su Colegio Mayor, pero desgraciadamente se le acabó extraviando, y a la sazón en una comida de un congreso sobre Fray Luis de León, recreó de memoria y algo achispado por el vino y amodorrado por las cinco lecciones magistrales del día, aquellos cinco luminosos principios sobre la teoría del “amigante” que yo copié con fervor juvenil en una servilleta que luego se mancharía de grasa de pisto manchego. En aquel breve encuentro, me comentó lo que yo ya sospechaba, que había reemplazado algunas voces escabrosas por otras más neutras. Por la doble repetición del vulgarismo rioplatense, “coger”, infirió que el autor de dicho pentálogo era argentino, aunque también podría ser mexicano. Y por haberlo extraído de una puerta de retrete de mujeres, una mujer, aunque más bien pensó en un hombre aficionado a colarse en los servicios de las alumnas.
Hace diez días, ordenando mis papeles, descubrí esa servilleta con el Pentálogo del amigante, en una carpeta de apuntes amarillentos y desganados que versaban sobre la célebre traducción sanfraluina de El Cantar de los cantares y ahora a petición de mi amigante Tamara Tamore, nombre obviamente trastocado para preservar su intimidad, se la envío a usted para que la cuelgue en su irreverente blog de El feto flamenco en el apartado de los haztemas, y con la libertad y licencia de que Feto-olé pueda retocarlo conforme a su estilo y apetencias y actualizarlo a los tiempos que corren He aquí estos cinco principios que explican y desarrollan la teoría del amigante:
1º La palabra amigante es una voz híbrida de amigo y amante y se encuentra en una equidistancia imperfecta entre ambas. Pues toma lo mejor del amigo que es mucho y lo menos malo del amante que es poco.
2º El amigante es mucho más que un amigo y mucho menos que un amante. Del amigo toma la confianza entrañable, el afecto sereno, igualitario y nivelador, (nadie es más que el otro), la capacidad para ponerse en el lugar del otro, la asunción de sus virtudes y defectos, el no deseo de cambiar al otro, las múltiples e incesantes complicidades, etc., etc., etc.; del amante toma la atracción sexual felizmente consumada, no como una necesidad para compensar las carencias o frustraciones conyugales o vitales, sino como una derivación o emanación natural y espontánea de la amistad.
3º El amigante está también situado a un nivel superior de la categoría esposo, pues la rutina en la relación es su enemiga, y no se crean lazos de dependencia económica, social, cultural, étnica, afectiva, o sexual. Por lo que el amigante encontraría en la trillada metáfora de su media naranja su mejor expresión.
4º El amigante es un paso más allá de la amistad, un paso lúcido, generoso y valiente, pues la consumación sexual es más una exploración espontánea en otros territorios de la amistad que un acto de seducción y doblegamiento, por lo tanto cuando dos amigos hacen el amor no hacen cosas muy diferente de pasear o ver una película juntos o compartir una comida entrañable o mirar un cuadro.
5º El amigante evita caer en todas las limitaciones dolorosas de los amantes, el sexo compulsivo y desesperado de los jueves, la relación furtiva y clandestina, la usurpación del papel del esposo o esposa, la dependencia absorbente, la culpabilidad adúltera, las imposiciones tiránicas y los deseos de promoción o relegamiento de la esposa oficial, así como la reproducción a pequeña escala de todos los miserables ritos conyugales.
2º El amigante es mucho más que un amigo y mucho menos que un amante. Del amigo toma la confianza entrañable, el afecto sereno, igualitario y nivelador, (nadie es más que el otro), la capacidad para ponerse en el lugar del otro, la asunción de sus virtudes y defectos, el no deseo de cambiar al otro, las múltiples e incesantes complicidades, etc., etc., etc.; del amante toma la atracción sexual felizmente consumada, no como una necesidad para compensar las carencias o frustraciones conyugales o vitales, sino como una derivación o emanación natural y espontánea de la amistad.
3º El amigante está también situado a un nivel superior de la categoría esposo, pues la rutina en la relación es su enemiga, y no se crean lazos de dependencia económica, social, cultural, étnica, afectiva, o sexual. Por lo que el amigante encontraría en la trillada metáfora de su media naranja su mejor expresión.
4º El amigante es un paso más allá de la amistad, un paso lúcido, generoso y valiente, pues la consumación sexual es más una exploración espontánea en otros territorios de la amistad que un acto de seducción y doblegamiento, por lo tanto cuando dos amigos hacen el amor no hacen cosas muy diferente de pasear o ver una película juntos o compartir una comida entrañable o mirar un cuadro.
5º El amigante evita caer en todas las limitaciones dolorosas de los amantes, el sexo compulsivo y desesperado de los jueves, la relación furtiva y clandestina, la usurpación del papel del esposo o esposa, la dependencia absorbente, la culpabilidad adúltera, las imposiciones tiránicas y los deseos de promoción o relegamiento de la esposa oficial, así como la reproducción a pequeña escala de todos los miserables ritos conyugales.
Feto-olé
No hay comentarios:
Publicar un comentario