La diferencia mayor entre los personajes cinematográficos o televisivos y los teatrales, leía Pedro Contreras en una entrevista a un director de teatro más sabio que famoso... es que en aquellos cuajan los estereotipos sociales, para propiciar la identificación del espectador, y así abundan las putas de buen corazón que acaban yendo a la Ópera, los psicópatas sibaritas expertos en champán francés, los bellos ejecutivos ilustrados y dinámicos amantes de Verdi, los adolescentes neurástenicos por mal de amores que dan lecciones a sus padres de madurez y conservadurismo, las viejas marchosas y optimistas (aunque tengan cáncer de hígado), los niños sensibles y agudos e insolentes hasta la náusea y los homosexuales sensibles, ordenados, afables, y comunicativos y con buen gusto para que les combine el jarrón con los calzoncillos... mientras que en el teatro, los personajes tienen un alma más turbia, pues lo que a veces se busca no es la identificación, sino el extrañamiento y por eso en general nos resultan más feos, más toscos, más crueles, menos fotogénicos, en definitiva, más dejados de la mano de Dios, con el alma amputada y con un atasco de mierda lúcida en la cabeza de tres mil demonios... y son así...como más desganados y sin norte vital... que los del cine o los de la tele tan envueltos en celofán y tan activos ellos.
Feto-olé
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