martes, 29 de diciembre de 2009

LA MANCHA




Tamara Tamore sintió una de las mayores humillaciones de su vida cuando vio su bolso blanco de marca Lacoste con una mancha de chocolate junto al apacible cocodrilo.
Esa mañana los maestros de su centro habían organizado una chocolatada navideña para despedir el primer trimestre con los padres y alumnos del Colegio Buena Fe en un sótano triste y destartalado.
Ella se sintió extraña cuando entró con su inmaculado bolso blanco y advirtió las miradas duras de dos de sus compañeras más veteranas y un murmullo desdeñoso a sus espaldas. Y al momento se arrepintió de llegar con ese bolso demasiado formal, como si fuera a una fiesta de altos ejecutivos, que desentonaba con las mochilas descoloridas o ajadas o las severas carteras de sus compañeras maduras. Era como si su bolso blanco se avergonzara de estar allí entre los informes, carpetas amarillentas, librotes desencuadernados, boletines, listados y circulares desperdigadas en la mesa. Como un cisne que se ahogara en una charca infecta. Como le había pasado otras tantas veces, cuando entraba con sus labios resplandecientes de carmín y sus Buenos días felices e ilusionados apenas eran respondidos sino con un saludo tenue y desabrido.
Sin embargo, con los compañeros todo parecía diferente. Cuando ellos se le acercaban de ella brotaba un manantial de simpatía arrolladora y les encandilaba con sus sonrisas francas y radiantes, mientras las mujeres se apartaban con recelo y le lanzaban una mirada resabiada.
No llevaba más de tres meses en el Colegio Buena Fe y Tamara Tamore no había sintonizado con ninguna de sus compañeras, ni jóvenes ni mayores, mientras que ellos la buscaban, se acercaban, la requerían para todas las reuniones y actividades, se hacían los encontradizos, la tocaban con timidez envarada la espalda o en el hombro, la cortejaban con cumplidos insulsos o caricias balbucientes en su pelo muy liso y lacio o alababan sus broches de mariposa y sus colgantes de serpiente, con un chiste o un comentario intelectual, que ella siempre celebraba con su sonrisa más halagadora.
Se preguntaba cuál de sus turbias compañeras había sido tan miserable de mancharle su bolso Lacoste blanco con el solo propósito de herirla y de dejarla en evidencia. Y ahora las miraba a sus ojeras de maestras amargadas y a sus hombros hombrunos y caídos y le ahogaba la rabia más negra. La envidiaban todo de ella, su simpatía seductora, su sencilla elegancia, el olor a lilas remotas de su cuello, pero lo que más envidiaban, era su belleza pacífica de sus 27 años.
De pronto tuvo una iluminación. Había decidido al ver esa mancha infame que a partir de ese mismo momento, a partir de ese mismo instante… eso cambiaría radicalmente. Se guardaría su simpatía y sus sonrisas coquetas solo para ella misma, su madre, su novio y sus dos amigas del colegio y que sería la más lejana, la más áspera, la más inasequible, la más odiosa. Ni siquiera sonreiría a las madres ni a sus niños de ricitos de oro mientras les despedía ni a su propia sombra encabronada.
Aquella mancha indecente de aquella mañana nublada le llenaba de una humillación sorda que la sofocaba por dentro. Pocas veces había sentido tanta vergüenza hacia sí misma y hacia los demás. Acaso tanta como aquella vez que en una boda de su prima del alma, le sobrevino de improviso un regato de sangre tibia que se acabó filtrando en su primoroso traje de lentejuelas y que no fue capaz de ocultar y tuvo que salir corriendo antes de que los novios cortaran la tarta nupcial y la novia lanzara su ramo vuelta de espaldas.
Sintió de pronto una mano tenue y tímida en su hombro que la llamaba nerviosa por su nombre, Tamara, tienes un momento, y al volverse le quemó en lo más profundo su sonrisa llena, su maldita sonrisa limpia y pura que se reflejaba en la cristalera como un espejismo de desdicha.

Feto-olé

5 comentarios:

  1. Debo decir que este cuento es como el Guadiana, que aparece y desparece... y que bueno que en un concurso literario de Instituto de FP de la comarca de la Alcarria, se llevaría el décimo accesit y el llavero. ..
    Por cierto... el cripticismo evidente del nombre da que pensar. ¿No se le ve al autor Feto-olé el plumero?

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  2. Aunque el cuento no se entiende muy bien, ni falta que hace, porque no pasa nada... más que un bolso enamorado de una maestra o algo así... a mí lo que más me gusta... es como nos describe lo malos, ceporros y lo torpes que son los profes ligando entre ellos... parecen ovejas que se olisquean sin ganas... como el tarugo de mi profe de Geografía que desde hace seis años le gusta mazo la profe de gimnasia y trata de echarle los trastos dandoles lecciones sobre Al Quaeda y los reinos de Taifas todo serio y tieso y regalándole quesos aceitosos y berenjenas de Almagro... ¿por que, me digo yo a mí misma... un día no se comen los dos una berenjena al mismo tiempo o el profe le dice a la de gimnasia... qué buena estás Lorena, me pones supercahondo... te lo haría aquí mismo en la sala de profesores????????

    Vanessa Sobrado

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  3. Vanessa es tan sabia...
    Admiro su talento, ¡qué visión del mundo, qué elegancia, qué sutilezas...!
    La quiero en mi clase..., por favor, sería un honor...
    Santi

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  4. oYE... PUES CUANDO QUIERAS ME INVITAS A UNA BIRRA Y ME REPASAS LAS FIGURAS ESTILISTAS....

    QUE YO SOY MAZO ASEQUIBLE.. Y YA MENAMORAO DE TRES PROFES... COMO SOY TRIPITIDORA... PUES ESO...

    VANESSA SOBRADO

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  5. ¡Oye! ¡Qué guapas las cucas!

    S.F.V.

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