LOS FALSOS APÓSTOLES DE LA LITERATURA O DE POR QUÉ UN MICROCUENTISTA ES UN HOMBRE SABIO Y UN LITERATO MEDIOCRE (Y 3)
Soy el feto malayo.
Llevo bastante sin publicar. Creo que debo una explicación a mi reducido público.
Durante varias semanas, unos terroristas burocráticos me han tenido secuestrado en un instituto de secundaria. Me han obligado a hacer cosas indescriptibles. He asistido a cincuenta claustros seguidos. He puesto quinientas notas de alumnos inexistentes. Me han obligado a masturbarme viendo la foto de la directora. Ha sido la peor experiencia de mi vida, después de que alguien me explicara que los gusanitos están hechos de plástico y quemara unos cuantos delante de mí con un mehchero para que lo comprobase.
Gracias a la intervención de una enfermedad, he logrado escapar de sus garras. Ahora, estoy en condiciones de afirmarlo: He vuelto.
Según decíamos ayer, el tema de nuestro miniensayo versaba sobre los falsos apóstoles de la literatura, o de por qué un microcuentista es un hombre sabio y un literato mediocre. Hoy nos centraremos en concreto en la primera premisa: por qué son hombres sabios. Pues está claro. Porque utilizan su inteligencia al máximo para, con el mínimo esfuerzo, obtener el máximo –de nuevo, ese adjetivo tan pagado de sí mismo– resultado. En definitiva, que mueven el mundo usando de palanca un concepto tan simple como: el buen cuento no tiene por qué ser muy extenso –ni siquiera extenso–, basta con que exprese una idea, aunque fugaz y poco sólida, para convertirse no sólo en literatura, sino en LITERATURA –para los tardos de reflejos, es literatura con mayúsculas, o sea, canónica–.
Hay que joderse, citando a Cela o a mi abuelo que en paz descanse. ¡Hay que joderse! ¡Síííííí, JODERSE! Pues no tengo los dedos pelados de tanto teclear para que me vengan ahora esos mamarrachos a decirme lo que es canónico y lo que no. Hombre, que los microcuentos poseen su belleza, eso nunca lo negaré. Sería una torpeza por mi parte, y más teniendo en cuenta mi marcado carácter iconoclasta. Pero comparar el David de Miguel Ángel –que bonito nombre, por cierto– con un dedo en mitad de un pedestal me parece sacar las cosas de quicio. Voy a decir algo que está muy mal visto –¿desde cuándo me importaron ese tipo de minucias?–, sobre este polémico tema, y de paso fastidiarles un poquito el negocio a esta panda de charlatanes de feria que venden sus microhistorias como si hubieran descubierto la piedra filosofal.
Vamos a ver, chavalines, en el microcuento no hay desarrollo de los personajes.
No hay una trama definida.
No hay descripciones curradas.
No hay un tono mantenido.
Con el microcuento no se puede forjar un esstilo.
No se pueden probar técnicas diferentes.
No se puede, ni siquiera, detallar un acto sexual con un mínimo de pasión. Ahora que he dicho esto, comienzo a comprenderlo todo. Pero más allá de sarcasmos, lo único que quiero decir es que, por mucho que se ensalcen los méritos del microcuento, nunca –NUNCA– podrá tener la calidad de una buena novela o de un buen cuento. No es posible. It's not possible. C'est ne pas posible. Wan chin gao. Auuuuh sikooo manutebol. (Nota del traductor: estas dos últimas oraciones se corresponden, respectivamente, con el cantonés sureño y con el aullido de un lobo aficionado al baloncesto de los ochenta). Pues eso. Que no, hombre, que no. Y si me apuran, diría también –esto podría motivar otra de mis intervenciones justicieras– que un cuento es difícilmente bueno si no sobrepasa las veinte páginas, salvo excepciones honrosas, por supuesto, como La pata de mono (Jackobs), El corazón delator (Poe), Las interioridades (Palma) y Ceremonia (Salmón). Digo estos cuatro porque se me han venido a la cabeza, no porque sean los únicos, por supuesto.
Y para terminar, tras haber justificado convenientemente mi postura al respecto –una postura antisocial, antidiplomática y antigénica–, es decir, tras haber dicho por qué los microcuentistas son hombres sabios y literatos mediocres, voy a probar un haiku-greguería-microrrelato que espero haga las delicias de mis millones de lectores por el mundo entero:
El verde nardo
se acicala
en la pradera desierta de nubes.
EL FETO MALAYO
Me cago en la hostia, Feto Malayo. Me retas. Como no quiero pisarte la entrada (acabamos de hablar y tu post es reciente) te anticipo el microfeto que colgaré otro día, con mucho argumento y mucha sustancia. Lo escribí un día de recogimiento, meditando sobre el fin de los días y blablablablababla... y pensé en Pedro Casariego Córdoba (PECASCOR). El microfeto en cuestión se llama EL TREN:
ResponderEliminar"Nadie se dio cuenta. El tren siguió traqueteando, sus ruedas afiladas cortando el aire".
¡Chúpate ésa, Malayo!
Sir Feto V
Estimado detractor del microcuento... La asociación de microrrelatistas del barrio de Arganzuela (AMA) nos sentimos consternados con su lúcido argumentario y muchos alumnos de mi taller de microrrelatos tras leer su texto se han empezado a hacer el harakiri, algunos se han comido sus microrrelatos, otros se han comido las uñas, dos monjas se besaron en la boca entre ellas, otro se lo ha metido a modo de supositorio por el recto con la ayuda de una de las monjas... y yo no he podido impartirles la clase magistral de hoy, que se titulaba El punto de vista de la escoba en el microrrelato contemporáneo... porque solo me quedaban dos alumnas llorosas, una trabajadora de Halcón Viajes, con la imaginación algo chata, y otro que trabaja de guarda jurado en el metro y su oficio le da mucha cancha para escribir micros... y para que se dé cuenta de nuestra sólida y preclara Institución le agrego el microcuento premiado en nuestra última edición Augusto Montezarapastroso. He aquí:
ResponderEliminarCuando Juan Montalbán, por fin, llegó a su juanete izquierdo para cortarse la uña, y sacarse ese hilo insidioso del calcetín... descubrió que este estaba cosido a su ombligo y acaso a todos sus órganos vitales.
Para que vea como en un microcuento cabe todo un universo personal de enorme potencia creativa.
Joaquín Fronterizo, director del AMA, Asociación de microrrelatistas del barrio de Arganzuela, por cortesía de Feto-olé
Si algo puede emocionarte, despertar algo en tu interior, es bueno, no es mediocre.
ResponderEliminarOtro asunto es que sea genial... o sea lo que llaman un "género menor".
Los pequeños detalles hacen la vida más hermosa. Una cartera hecha a mano, un árbolito de navidad con el tapón de una botella...
Me gustan; no son sólo sabios, son buenos...
kalós ta agazós (hermoso y bueno)
Feto-Garci
¿Cómo coño se hace un arbolito de navidad con el tapón de una botella?
ResponderEliminarMI tía Paca hacía unos floripondios horribles con papel de estraza, y cuando mi tío, en un acceso de mala leche, se enfadó con ella se los quemó todos, y la casa ardió en llamas y mi tío se quedó calvo para toda la vida.
Claro que él no entendía de pequeños detalles, y ni siquiera sabía lo que era un microrrelato, pero eso sí, era capaz de arrastrar un mini tirando de un cable con los dientes. Una vez le sacaron en la tele. ¡Sansón! ¡Sansón! Le animábamos todos. En mi barrio siempre ha habido mucho cachondeo. Mi tía Paca era un poco rencorosa, y nunca le perdonó. Quizás si en vez de haber hecho floripondios de papel, se hubiera dado a hacer arbolitos de navidad con el tapón de una botella (que imagino que arden peor,¿no?) igual todavía eran una pareja envidiable, viviendo en el marco incomparable de Usera.
Feto-Uccini