sábado, 31 de octubre de 2009

FETOFICCIONES EL PROFESOR POETA




El poeta profesor de secundaria ha llegado a casa nervioso, expectante. Tiene ahora delante de él un montón de exámenes para corregir. Por primera vez arde en deseos de leer cada uno de esos exámenes, pero especialmente uno de ellos es el que le consume de una dolorosa impaciencia.
Por primera vez no les ha puesto un texto para comentar de un poeta famoso, de Machado o de Cernuda. El poema que aparece en el examen es un poema suyo. El último poema que escribió y que le parece que no desmerece de los otros poemas que pone en sus exámenes. Podría parecer casi un poema de Neruda o de Aleixandre.
Es un poema de amor y está inspirado en una muchacha bella y de gran inteligencia. Y aunque no se lo confesaría a nadie, está orgulloso de haberle escrito ese poema impetuoso a su alumna más aventajada. A Alicia Bustamante Montoro. Al fin y al cabo ella le ha inspirado los versos más hermosos que han salido de su pluma. Las aliteraciones más musicales, como el hálito de tu pelo iluminado. Las metáforas más desesperadas y originales, tu corazón liebre enjaulada o las sinestesias más exquisitas, tu corazón un río de penumbra. No se cansa de leer su propio poema. De tanto leerlo se lo ha aprendido de memoria. Lo que más le gusta es la descripción que hace de Alicia Bustamante Montoro, de su pelo frondoso, de su mirada seria y pacífica, de su rabadilla tierna, de sus hombros frágiles, de su voz tímida y de las veces en que sus ojos han rebotado acuciantes en cada mínimo rasgo de su cuerpo.
Empieza a corregir los exámenes. Suspira. Sus alumnos no distinguen las aliteraciones melodiosas, ni la belleza fulgurante de sus imágenes, ni todo el sentimiento que vibra en el poema como un gorrión apretado en un puño. La mayor parte de ellos deja en blanco la pregunta sobre las figuras literarias, y en la valoración solo ponen alguna frase chusca o demasiado obvia. Pero el examen de ella, el examen de Alicia le está esperando. Lo ha colocado estratégicamente como se coloca un comodín en mitad de una baraja. Le quedan cuatro exámenes para llegar hasta ella, pero ya no puede más. Lo saca y lo pone el primero.
Lo mira con el corazón temblándole en la boca como una liebre enjaulada. Observa que solo ha escrito un folio cuando ella necesita tres para los exámenes. A pesar de la extensión minuciosa de sus respuestas nunca hay un detalle superfluo. Y además siempre muestra una gran sensibilidad para captar la imagen más difícil. Ella es capaz de ver en los poemas de Rubén Darío las sinestesias y aliteraciones que hasta a él se le escapan. Pero ahora… todo resulta demasiado extraño.
Alicia Bustamante Montoro ha dejado casi en blanco todas las respuestas. Menos mal que ha escrito cuatro líneas en la valoración final del poema. Cierra los ojos antes de encontrar la calma necesaria para leer una a una sus palabras. Empieza sin dar crédito a lo que lee.
El texto resulta extraño. -Le molesta que le llame texto, en lugar de poema- Parece un puzzle confuso hecho con piezas de diferentes puzzles que nunca llegan a encajar. El autor-le molesta que no diga poeta- expresa un sentimiento amoroso de forma hinchada y poco natural. Para mí todo el texto en sí sería una alegoría del fracaso de la mala poesía y del sentimiento.
Trata de no pensar. Su bolígrafo rojo vacila. Luego ya pintarrajea un cuatro con rabia junto a su amado nombre. La punta del bolígrafo agujerea el papel. De pronto se ve delante de la mirada absorta de su mujer rasgando el examen en cuatro trozos furiosos. Antes de poder darle una explicación tranquilizadora, piensa en cómo va a justificar ante su aventajada alumna ese examen roto en varios pedazos con un cuatro al lado de su nombre.
Feto-olé

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