Esta semana descubrí que este paraíso donde habito es un nicho de fundamentalistas. A mí no es que me importe que un tipo se cepille a todo cuanto se mueve. Si el cuerpo le aguanta, el estómago le sobra, y las contrarias aceptan, allá él. Lo que me irrita es la incoherencia intrínseca al fundamentalismo, el absurdo de vodevil: que el mismo tipo predique abstinencia mientras con gula saborea los huesecitos de sus víctimas; o que presente a la abnegada y sacrosanta esposa como la mujer de sus días, cuando sus días están llenos de tardes de motel. Les decía que esta semana descubrí que acá donde vivo, en este paraíso de cafetales y gente buena, hay fundamentalistas de todo tipo. No sólo fanáticos religiosos, histéricos del yoga, místicos del vegetal o machos mexicanos que no se rajan por nada; se encuentran también los puristas de la izquierda mexicana, de la izquierda internacional. Y como mis vísceras van también hacia la izquierda, son estos fundamentalistas y sus incoherencias los que más me irritan. En una cena entre amigos, y otros desconocidos, surgió el tema del Nobel a Obama. En general, todos estábamos en lo mismo, pero hubo una mujer que atacó con más vehemencia la decisión del Comité Nobel. Sus argumentos me parecieron válidos (¿qué ha hecho él por la paz cuando su país es uno de los que más ingresos percibe por la industria armamentística?), pero su tono era exasperante. Obama pasó a ser un hijo de la chingada, un pinche capitalista, un vendido, un pedorro, un güey sin alma. Obama, por una cuestión ética, dijo, debería renunciar al Premio. A mí, cuando se esgrimen los argumentos de la ética, y alguien se sitúa por encima del bien y del mal, como oráculo y juez, Salomón sin mácula, me pongo a temblar, porque sé que la incoherencia, como bestia implacable, está a punto de asomar. Y me duele ver cómo estos combatientes incendiarios contra la injusticia internacional regatean, en la intimidad de su hogar, para pagar menos (ni un euro la hora) a los campesinos, a los trabajadores de veras, que van a limpiarles sus casas. Después dicen: “Ay, es que son tan flojos”. Y siguen leyendo las consignas de la izquierda. ¿Dónde quedó la ética? ¿Dónde la humanidad?
FETO MEXICANO
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