viernes, 16 de octubre de 2009

LA OMISIÓN DE LA FAMILIA COLEMAN de Claudio Tolcachir





Claudio Tolcachir nos presenta en el Español, por segunda vez, una comedia atroz. Una familia rota, que los doctos sociólogos llamarían desestructurada o disfuncional, y que se acaba haciendo añicos delante de los ojos de los espectadores. Con un hermoso título, La omisión de la familia Coleman, es un pozo sin fondo. Cada espectador deberá descubrir el cúmulo de omisiones terribles que cada uno comete contra los otros. Desde el primer segundo asistimos a esa convivencia enrarecida e imposible, a sus diálogos ásperos y llenos de turbios sobreentendidos. Una madre, Meme, inmadura y egoísta y que ha hecho dejación de sus hijos a los que les exige lo que ella tendría que darles, un medio hermano demente, Marito, que cada palabra descarnada que pronuncia o gesto que realiza hace el ambiente inquietante, otro hosco, Damián, que no habla ni saluda y se mueve como un viejo león insomne, la hermana melliza del mismo, Gabi, sobre quien recae la enorme tarea de cuidar a los otros. Una abuela acostumbrada a esa sórdida convivencia familiar. Y es que la familia Coleman hace de cada mínimo rito de la convivencia: encender la cocina, lavar la ropa, desayunar, hacer un regalo, entrar o salir de una habitación, una fuente incesante de conflictos. Pronto conocemos a la otra mediohermana, Vero, que salió muy niña de la casa, y que pertenece al mundo de los normales. Su hermano Marito está obsesionado con los hijos de Vero y cierne su sombra protectora y siniestra sobre ellos. Al final del primer acto la abuela sufre un colapso que la deja en trance de muerte mientras la familia le canta absorta el cumpleaños feliz. Escena sublime y tragicómica donde las haya.
En el segundo acto en el hospital, en torno a la abuela, la familia Coleman recrea un nuevo hogar irrespirable. Nada funcionaba en su casa, y todos dependen de las instalaciones del hospital. Se agudiza la brecha entre la pija Vero y sus hermanos. Vemos dos personajes nuevos, supuestos amantes de Vero, a quien ella esclaviza con su belleza, su chófer, que la acaba abandonando por Gabi y el médico, que soporta con paciente altanería las rarezas de la familia. La muerte de la abuela en el hospital produce la disolución definitiva.
Sobre la actuación de cada uno de los actores se podría escribir un excelente manual del arte del buen actor, pero solo tengo espacio para destacar el trabajo de Gabi, la actriz Tamara Koper. Parece una bisnieta de la Sonienka de El Tío Vania. Enamora con su ceño fruncido, su caminar doliente, y el estado de exasperación que soporta cada instante de convivencia infernal con la familia. Ella nos demuestra mejor que nadie, la célebre frase de Sartre, de que el infierno son los otros. O, si se me permite la pedantería, que los otros son, demasiadas veces, el espejo cochambroso donde nuestra propia soledad y desvalimiento nos escupe a la cara.

Feto-olé

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