Encadenando sucesos, ante las palabras del profeta, recordé que dos semanas atrás había vivido otro trágico episodio de plaga divina. Salía del DF rumbo a Xalapa, cuando el autobús en el que viajaba se vio arrastrado por las aguas negras, decían los entendidos: las aguas negras del valle de Chalco. Temí por un momento que el chofer desenfundara su látigo y que obligase a los pasajeros a remar, como en las galeras, para sacar al autobús de ese charco desbocado por las inundaciones. Aunque me acordé de Ben-Hur, no recé, porque no sirvo para eso, pero temí que las aguas llegasen a mis recién tintados cabellos y que el rojo bíblico encontrase explicación en una falsa pelirroja. Aún confusa por todos los indicios, y por la sensación de final anunciado, asistí al concierto de un grupo de Suramérica del que ignoraba su existencia, pero que contaba con un amplio club de fans en este Veracruz alborotado. Antes de subirse al escenario, los artistas se enfrentaron a otra plaga divina, quizá la número once, que se ceba sobre México: la corrupción. Cometieron el imperdonable error de fumarse un porro para relajar tensiones. La policía del lugar detectó el olor a mota (marihuana) y decidió intervenir, no con todo el peso de la Ley, sino con toda la ferocidad de sus bolsillos. Fueron tajantes: en vista de las circunstancias, los músicos tendrían que pagarles una módica cantidad para que hicieran la vista gorda. Si no, les aplicarían el artículo 33, les expulsarían en ese momento del país, como extranjeros indeseables, y se acabaría el concierto. Acataron y pagaron. Desde las alturas, la Corrupción respiraba satisfecha por su poder ubicuo en estas tierras.
Y aún me quedan las Fiestas Patrias: la celebración de ciento noventa y nueve años de Independencia. Y como quiero a México, mi patria adoptiva, esa noche me lanzaré a las calles con mis amigos y ante el sentido grito colectivo de: “Abajo los gachupines, mueran los españoles”, enfervecida por el entusiasmo popular contestaré: “Mueran”. Negaré mi patria hasta tres veces como San Pedro a Jesús en la amarga noche del monte Getsemaní. Sí… Algo me dice que el fin está cerca…
Fetoadelita
Y aún me quedan las Fiestas Patrias: la celebración de ciento noventa y nueve años de Independencia. Y como quiero a México, mi patria adoptiva, esa noche me lanzaré a las calles con mis amigos y ante el sentido grito colectivo de: “Abajo los gachupines, mueran los españoles”, enfervecida por el entusiasmo popular contestaré: “Mueran”. Negaré mi patria hasta tres veces como San Pedro a Jesús en la amarga noche del monte Getsemaní. Sí… Algo me dice que el fin está cerca…
Fetoadelita
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