Me acabo de despertar y me siento como si fuera el puzzle inacabado de un cirujano loco, uno de esos profetas de la ciencia que se cree Dios. Me cuesta abrir los párpados y cuando lo hago veo las cosas de distinto color, como si tuviera un ojo de perro y otro de gato. Tengo un hambre voraz que me hace pensar en una niña que en la ribera de un río recolecta flores. Me levanto de la camilla, me arranco las ataduras que me amarran y a duras penas consigo elevar la masa abigarrada de mi cuerpo y me dispongo a andar. Camino como un autómata con mis pies de cemento, grandes como la losa de una lápida. En la esquina de la habitación me parece divisar un espejo. Me acerco tropezando con mi propia torpeza de hombre recosido. Ignoro si ese científico famoso ha realizado un buen trabajo conmigo, ahora que me miro al espejo pienso que no me queda mal el clavo de mi cráneo, mi cabeza cuadrada y grande, la cicatrices rosáceas que atraviesan mi cuerpo de cabo a rabo. Lo que no sé es por donde voy a expulsar estas insoportables ganas mías de mear. Empiezo a tener claro que no hay puzzle al que no le falte una ficha.
FETO IDO
Curioso puzle donde todo encaja, y perdón, pero en este caso no le falta ninguna pieza.
ResponderEliminarSir Feto V
Imaginar a Frankestein meando por las fosas nasales y los costurones de las orejas de soplillo no deja d e tener algo de tierno y entrañable... siempre que tenga en frente a la niña ribereña haciéndose un dedo.... y aullando como debería hacerlo Frankestein, mientras muerde desquiciada de deseo el tallo de las margaritas recogidas.
ResponderEliminarFeto-olé.