EL ESCRITOR Y EL TIEMPO (2)
Pasemos ahora a la Edad Media. Entonces se introduce un elemento nuevo: los curas. Estos son unos seres vivos humanoides, que se caracterizan por tener origen más bien esclavo y ambiciones más bien nobiliarias. Y, ustedes se preguntarán, ¿cómo demonios consiguen los curas dejar de ser esclavos para pasar a ser nobles y adquirir el conocimiento y el tiempo necesarios para escribir? Pues muy sencillo: inventando lo que se ha dado en llamar Cristianismo y, dentro del Cristianismo, el Servicio a Dios.
Gracias al Cristianismo, los curas pudieron:
1.- Aprender a escribir, enseñados por curas más viejos.
2.- Tener tiempo para escribir.
Lo primero que hicieron fue convencer a los nobles y a los esclavos de que sin Dios no había dios que estuviese en gracia con dios, y que si no se estaba en gracia con el Altísimo –como si Dios fuera un jugador de baloncesto, perdonen la intromisión, no pude evitarlo– y, digo, si no se está en gracia del Altísimo, entonces dios se caga en dios y te manda al infierno, a pudrirte y a desangrarte y a quemarte hasta que te salgan los humores corporales por las orejas y los esfínteres y luego resucitas y así otra vez y otra y otra, que es más o menos la noción de infinito que había en la época. Ante una amenaza de tal calibre, todos dijeron: vale, vale, os creemos, pero a cambio vosotros no podéis follar.
Y ésa fue la condición que pusieron a los curas para que los curas pudieran escribir y tener tiempo para hacerlo, mientras los esclavos trabajaban para ellos y para los nobles. Así que, muchos esclavos inteligentes tuvieron que meterse a curas y dejar –o no empezar siquiera– de follar para tener estudios y tiempo para escribir. Esto, más o menos, es lo que pasa al final de El nombre de la rosa, donde Adso de Melk decide si sigue follándose a la campesina y tiene ochocientos hijos con ella y trabaja como una bestia para enfermar de lepra, sífilis –no olvidemos que su amante era un poco puta por cuestiones alimenticias– y peste bubónica, y morir a los treinta años hecho un saco de huesos, piojos, pulgas, ácaros y gusanos intestinales, ooooooo, por otro lado, vivir en un monasterio sin follar y poder escribir la historia de su maestro y dormir la siesta y beber aguardiente y morir a los ochenta años de puro viejo.
Ya veis, lo que sacrificaron los curas para poder escribir, nada menos que la parte más carnal y animal y sexual del ser humano, es decir, el uso de sus genitales con hembra, doncel o animal circundante que se avenga al trapicheo de flujos. Sin embargo, ellos –los curas, se entiende– inventaron varios métodos para sustraerse a la condición, a saber:
1.- Masturbarse a solas, lo que se denominó "alivio".
2.- Masturbarse de dos en dos, lo que se denominó "alivio en dúo".
3.- Masturbarse en grupo, lo que se denominó "coro de creyentes".
4.- Follarse a un monaguillo, lo que se denominó "catequesis".
5.- Follarse a otro cura, lo que se denominó "amor fraterno".
6.- Follarse a una monja, lo que se denominó "confesión purificadora".
7.- Follarse a sus prim@s, herman@s o demás parentela, lo que se denominó "servicios a la familia".
8.- Follarse a hembras o donceles no emparentados con ellos, lo que se denominó "servicios a la comunidad".
9.- Follarse a los animales domésticos que había en los conventos o monasterios, lo que se denominó "hacer el San Francisco", es decir, practicar el amor con los animales.
Y, aunque aparentemente no tenga mucho que ver con la literatura, sí que importa, porque luego vienen los malentendidos y las confusiones y es mejor dejar claras las cosas antes de seguir adelante.
Gracias al Cristianismo, los curas pudieron:
1.- Aprender a escribir, enseñados por curas más viejos.
2.- Tener tiempo para escribir.
Lo primero que hicieron fue convencer a los nobles y a los esclavos de que sin Dios no había dios que estuviese en gracia con dios, y que si no se estaba en gracia con el Altísimo –como si Dios fuera un jugador de baloncesto, perdonen la intromisión, no pude evitarlo– y, digo, si no se está en gracia del Altísimo, entonces dios se caga en dios y te manda al infierno, a pudrirte y a desangrarte y a quemarte hasta que te salgan los humores corporales por las orejas y los esfínteres y luego resucitas y así otra vez y otra y otra, que es más o menos la noción de infinito que había en la época. Ante una amenaza de tal calibre, todos dijeron: vale, vale, os creemos, pero a cambio vosotros no podéis follar.
Y ésa fue la condición que pusieron a los curas para que los curas pudieran escribir y tener tiempo para hacerlo, mientras los esclavos trabajaban para ellos y para los nobles. Así que, muchos esclavos inteligentes tuvieron que meterse a curas y dejar –o no empezar siquiera– de follar para tener estudios y tiempo para escribir. Esto, más o menos, es lo que pasa al final de El nombre de la rosa, donde Adso de Melk decide si sigue follándose a la campesina y tiene ochocientos hijos con ella y trabaja como una bestia para enfermar de lepra, sífilis –no olvidemos que su amante era un poco puta por cuestiones alimenticias– y peste bubónica, y morir a los treinta años hecho un saco de huesos, piojos, pulgas, ácaros y gusanos intestinales, ooooooo, por otro lado, vivir en un monasterio sin follar y poder escribir la historia de su maestro y dormir la siesta y beber aguardiente y morir a los ochenta años de puro viejo.
Ya veis, lo que sacrificaron los curas para poder escribir, nada menos que la parte más carnal y animal y sexual del ser humano, es decir, el uso de sus genitales con hembra, doncel o animal circundante que se avenga al trapicheo de flujos. Sin embargo, ellos –los curas, se entiende– inventaron varios métodos para sustraerse a la condición, a saber:
1.- Masturbarse a solas, lo que se denominó "alivio".
2.- Masturbarse de dos en dos, lo que se denominó "alivio en dúo".
3.- Masturbarse en grupo, lo que se denominó "coro de creyentes".
4.- Follarse a un monaguillo, lo que se denominó "catequesis".
5.- Follarse a otro cura, lo que se denominó "amor fraterno".
6.- Follarse a una monja, lo que se denominó "confesión purificadora".
7.- Follarse a sus prim@s, herman@s o demás parentela, lo que se denominó "servicios a la familia".
8.- Follarse a hembras o donceles no emparentados con ellos, lo que se denominó "servicios a la comunidad".
9.- Follarse a los animales domésticos que había en los conventos o monasterios, lo que se denominó "hacer el San Francisco", es decir, practicar el amor con los animales.
Y, aunque aparentemente no tenga mucho que ver con la literatura, sí que importa, porque luego vienen los malentendidos y las confusiones y es mejor dejar claras las cosas antes de seguir adelante.
To be continued...
El feto malayo,
(Yo nunca me callo)
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