sábado, 19 de septiembre de 2009

HAZTEMA VII JAVIER MARÍAS Y LA ELEGANCIA




El escritor Javier Marías añoraba en las páginas de Babelia de hace unas semanas, la grácil y tenue elegancia de las comedias antiguas de los 50. Ignoramos, con temor de contradecir a Aristóteles, hasta que punto la elegancia pueda ser un motivo de comicidad en un texto literario o en una película, frente a lo eficaz que resulta la grosería chabacana a espuertas y la plebeyez bien traída. La empresa puede percibir la elegancia en: unos zapatos de señora moviendo el palmito, en la carrera de un antílope a punto de ser zampado por un guepardo, o en un loft coqueto del Barrio de Salamanca, pero la elegancia como categoría estética nos resulta, cuanto menos difusa y evanescente, cuando se trata de un ingrediente humorístico.
Si pegamos un repaso a matacaballo a nuestra historia literaria, ni Calisto cuando se magrea con Melibea desplumando sus faldas de lienzo como si fuera un camionero en un club de carretera, ni el ciego cuando le olisquea el gaznate a Lazarillo, ni Don Quijote haciendo cabriolas en porretas en Sierra Morena, ni ninguno de los graciosos del teatro clásico con sus insulsos chascarrillos mitológicos, ni ninguno de los bárbaros personajes de Valle- Inclán nos llaman la atención por su elegancia o empaque.

Y en el cine español desde Berlanga hasta Almodóvar también cuesta rastrear algún prototipo elegante por la falta de percha de nuestros actores y la carencia de glamour glacial de nuestras actrices. Así que habrá que dejar la elegancia en barbecho para que un buen día dé sus mejores frutos en una comedia aún no escrita. Mientras tanto el sainete hispánico trufado de chabacanería tiene un glorioso futuro por delante.
Feto-olé

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