jueves, 3 de septiembre de 2009

LECTURAS CÁUSTICAS QUE PROVOCAN PEQUEÑAS ACCIONES E IRRITACIONES (TAMBIÉN EPIDÉRMICAS) EN LA SOLEDAD DEL LECTOR PROFUNDO


El actema o aztema o haztema, como se quiera llamar, pues la empresa no se ha puesto todavía de acuerdo en la forma de escribirlo, es un nuevo género literario producto de un cruce híbrido entre un saltamontes y un hipopótamo. Posee la ligereza sobresaltada y perpleja del saltamontes y al mismo tiempo la pesadez cenagosa y granítica del hipopótamo. El carácter grácil, repulsivo y nómada del primero, y el talante abúlico, candoroso y apalancado del segundo. Aunque se podrían señalar, muchos precedentes del aztema, y los críticos hidraúlicos buscarán sus fuentes hasta en el génesis, hay que decir que es algo a medio camino entre una parábola evangélica, un aforismo nihilista, un cuento contado con desgana por una vieja desmemoriada, un sainete de corte minimalista, una salida de tono de un escritor venido a menos, una clase de literatura impartida por el conserje borracho, una sátira acomplejada, una modesta invitación al onanismo, escrita con el rencor, la apatía, la mala leche, la negligencia de todos los escritores fracasados que en el mundo han sido, y lo que pretende de alguna manera, esta empresa con ellos, es reírse o parodiar la seriedad, a veces un tanto acartonada y la solemnidad idiota con la que muchos escritores, editores concienzudos, profesores universitarios, críticos y gacetilleros, gestores culturales, organizadores de cursillos de verano, sexólogos, lectores viciosos, alumnos de universidad e hispanistas norteamericanos y muy especialmente peritos y alumnos de talleres literarios, se toman la literatura. Hablan de ella como si fuera tan importante como el oxígeno que respiramos y la sangre que llevamos en las venas. Y estos aztemas pretenden demostrar, modestamente, que todos los escritores, incluidos Shakespeare y Cervantes son prescindibles, aunque sea, como ajuste de cuentas, porque nos lo han puesto demasiado difícil a los escritores venideros. Como se verá en uno de estos aztemas, un novelista o un dramarturgo, no es al fin y al cabo, sino alguien que escribe, para poder quitarse de encima ese complejillo mal asimilado de no ser nunca ni Cervantes ni Shakespeare ni Petrarca.

Como verá el impaciente e irritado lector hay dos tipos de actemas, aquéllos que invitan a una pequeña acción física y mental, rememorativa o recreativa, que el lector es muy libre de llevar a cabo o no, pero que en cualquier caso no podrá evitar imaginarla. No tema, este tipo de acciones no van más allá de una vaga invitación al suicidio o que llame a un telefono de relax y les recite un poema de Bécquer o que elabore un plan ficticio para asesinar a su profesor de literatura de BUP... que la empresa recomienda, no consume, para tranquilidad de su familia. No queremos reeditar una moda werteriana que no va a ningún lado.

Pero la mayor parte de ellos, toman frases de escritores o criticos famosos y después de centrifugarlas con lejía corrosiva y darles unas friegas con ortigas se las devuelven al lector, descoloridas, desvaídas, descontextualizadas, deshilvanadas, desmadradas y desengañadas.

Hay en en el actema por tanto algo de banal e inane, de juego intrascendente y de humorada irritante, de chiste inoportuno, pero también de amargo desengaño y resabio mal disimulado hacia la literatura vivida con un exceso de misticismo y vocación, de pedantería y de éxito, de encumbramiento y narcisismo... y a la postre se trata de explorar las interferencias entre vida y literatura, de perder la brújula entre las encrucijadas de la realidad y la ficción, que a veces conviene delimitar, para no ser como esos actores vanidosos y petulantes que llevan en los ojos el brillo vidrioso de sus personajes a todos lados y los oídos congestionados por las ovaciones. Y aunque, lo más probable, es que no sirvan para nada de esto, la empresa se sentiría halagada si usa este libro para abanicarse, en la playa o en el autobús, ya que se recomienda, leerlo en verano, pues es donde siempre menos apetece pensar, y estos aztemas no invitan en modo alguno a ello, o, en ultima instancia, como reposavasos para dejar la copa fría a rebosar de cerveza espumosa.

Aunque tarde, la empresa le hubiera aconsejado que se saltara este prólogo pretencioso hasta límites insospechados, como casi todos, y pasara directamente al aztema número 140, pues piensa sinceramente, que cuanto antes acabe de leer este libro, mejor, así podrá dedicarse a lecturas de más enjundia o más light....y a tomarse la literatura con la seriedad que usted le quiera dar.

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