Los espectadores salían de la película disimulando mal que bien las lágrimas. La heroína de la película en una lucha sin cuartel contra el cáncer de hígado había decidido poner final a su vida bebiéndose de un lingotazo litro y medio de lejía. La ingestión de este líquido corrosivo le produjo tres o cuatro eructos mortales, por donde se le escapó el alma a trompicones. Al salir a la calle, el público de la película, se topó con la policía y los bomberos, ensimismados ante un cuerpo inerte, y había también un buen número de curiosos, algo menos ensimismados. Una mujer se acababa de tirar de una ventana. La manta no podía ocultar la mancha siniestra y amarillenta de su masa encefálica. A los espectadores de la película se les acabaron de secar las lágrimas, porque como decía Diderot, en su Paradoja del comediante, la realidad, a veces, es tan antiestética e insoportable, que hasta se le quitan a uno las ganas de llorar.
Feto-olé
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